El viento que sopla fuerte susurra a nuestros oídos que
agosto está llegando, impetuoso.
Los contrastes de las mañanas, de las tardes; los matices
especiales del ocaso coronado por la luna y el sonido etéreo del viento delatan
lo maravilloso del espacio.
Agosto, recae en la ciudad imperial sobre los habitantes
que esperan sus vientos para ir a las explanadas a contemplar las aves de
papel, que sostenidas por el hilo y de la mano de los niños, se adueñan de los
cielos, tratando de llegar lejos muy lejos.
La madre Pacha, dadora de vida, une los caminos que
recorremos con la dulzura que emana de ella para llenarnos de plenitud y renovar
nuestros espíritus rotos en la ciudad inka.
La reunión divina de la virgen, santa y santo: Asunta
derrama su bendición a los feligreses que contemplan su belleza; y entre
danzas, rezos y esperanza le ofrecen su lealtad. Santa Rosa, la rosa roja más
hermosa de la ciudad de los reyes, Lima, entre flagelos y canonizada, en ella
sumergen sus oraciones los policías del país inseguro, Perú. San Cristóbal
portando al niño Jesús, qué es ligero como el viento, nos conduce por la ciudad
y su mística catolicidad.
Entre lluvia y libros: en agosto no llueve; pero, sin
piedad y entre nosotros María Magdalena derrama sus lágrimas sin importarle
nada, se impregna en los libros y los
escritores que reunidos en la Plaza de Armas, sucumben al llanto de Magdalena,
y en un papiro dejan constancia de la inclemencia de su pena… ¡Oh, Magdalena!, deja tu cruz, por algún lugar
alejado de la ciudad, qué en agosto, no llueve.
Los seres cotidianos que habitan Cusco en agosto, deambulan
por las calles en el afán del día a día. Por las noches cuando sopla el viento
gélido y todos los ciudadanos apresuran el paso para llegar a sus escondites
nocturnos, el ombligo del mundo se tiñe de un tono distinto con la luna que embelesa
más la ciudad; y agosto desaparece como un sueño danzando en medio de las
estrellas.