La
encontré mientras esperaba que el carro avance debido a estas movilizaciones
ambientales que duran solo diez minutos, como si eso fuera a salvar el planeta
tras veinticuatro horas al día, siete días a la semana, y trescientos sesenta y
cinco días en un año de emisión de CO2, de nada servirá darle un pequeño
respiro a la tierra si seguimos depredando lo que ella nos brinda y que
nosotros nos esmeramos en desaparecer para satisfacer nuestro ego.
Ese
día fue uno de tantos, muy movidos en la
universidad, pues iba con quince minutos de retraso, de pronto descubrí el silencio de toda la ciudad. Y ahí en el
paradero estaba ella con un abrigo del
color de un tablero de ajedrez, zapatos de charol rojo, uñas pintadas de un
rojo intenso de manera desordenada, que causa la edad en las manos, anillos de
pura fantasía fina en los dedos, y aquellos pendientes de corazones rojos eran
lo que sobresalía en aquella cabecita de la dama de labios arrugados y rojos,
fue en ese momento de silencio en que se volvió mi dama de rojo, aquella que no puede salir de
la casa sin vestir bien, aquella que mira por encima del hombro a todo aquel
que no sabe lo que son los buenos modales, los que perdieron las buenas
costumbres, aquella la cual imagino no
se pierde el té con las viejas cucufatas cada domingo, aquella que se cree muy
fina por andar bien pintada con pintura
barata y usando imitaciones de joyas, aquella que no acepta que el tiempo le pisa
los talones, y que se refleja en las raíces de sus cabellos pintados de tinte
negro, tinte que trata de cubrir las huellas de la edad, ella es mi dama.
Entonces
pienso y digo para mis adentros, que el tiempo es muy cruel con aquellas
personas que aún se sienten jóvenes, o que tal vez la vejez aplica para las
cosas, mas no para las personas, como ella, como mi dama de rojo que sostiene
impaciente un bolso de cuerina negra en
una mano y en la otra comparte sus dedos con su acompañante.
Su
compinche pues es un diminuto caballero de saco azul carcomido por la polilla, animalejo
que come todo lo viejo y guardado, incluyendo el saco de nuestra dama; ambas
manos pecosas, la derecha fiel a su esposa y compañera de toda la vida,
cómplice de las buenas costumbres y compañera de aquellos valses y polcas;
mientras que en la izquierda está su fiel compañero de vejez un madero con el
barnizado ya gastado y el mango, un dorado ya decolorado, su soporte para
aquellos malos pasos que los huesos ya no pueden aguantar el peso de ese cuerpo
frágil y diminuto.
Es
sorprendente que el tiempo pueda desgastar todo a su paso, pero el amor, el amor
no; mi dama y su caballero son y serán
compañeros eternos, si el amor es verdadero todo lo podrá cuando es sincero,
pues el tiempo y la muerte es el límite de todo aquello que podamos construir
pero sentir no.